La Dama del Occidente: la puerta del ocaso y el sendero de las almas
La Dama del Occidente: la puerta del ocaso y el sendero de las almas
[Mitología Egipcia • El Occidente]
La Dama del Occidente: la puerta del ocaso y el sendero de las almas
Antes de que la noche descendiera sobre el desierto dorado de Egipto, y antes de que el horizonte tragara el último hilo de luz, existía una presencia silenciosa esperando en los límites del mundo… Una fuerza que viajaba con la brisa del atardecer y abría una puerta invisible para quienes habían completado su camino en la tierra. Era la Dama del Occidente, guardiana del ocaso y guía sagrada del alma en su tránsito final.
Para los antiguos egipcios, el oeste no era solo una dirección; era un pasaje sagrado. Del mismo lugar donde se ocultaba el sol, comenzaba el viaje del espíritu hacia un reino más sereno, donde la sombra y la luz se encontraban para formar un eterno equilibrio. Allí, en ese umbral, se alzaba una mujer divina: tranquila en su rostro, poderosa en su presencia, sosteniendo en sus manos la promesa del descanso.
La Dama del Occidente solía representarse como una mujer de pie sobre el jeroglífico del Oeste, o sentada dentro de él, como si ella misma fuera la puerta al más allá. Extendía sus brazos para recibir a los difuntos, no para arrastrarlos a la oscuridad, sino para guiarlos con suavidad por el sendero que conduce a los Campos de la Eternidad.
No era diosa del miedo, sino diosa de la acogida y el retorno. Para el egipcio antiguo, la muerte era un viaje natural, semejante al ocaso del sol; y el ocaso no era un final… sino la promesa de un nuevo amanecer.
Cuando se trasladaba un cuerpo hacia la orilla occidental del Nilo, se recitaban plegarias en su nombre: para que recibiera el alma como una madre recibe a su hijo después de un largo viaje, para que abriera un camino seguro entre los muros de la noche, y para que condujera al difunto hasta Osiris, señor de la eternidad.
Así se convirtió la Dama del Occidente en símbolo de la ternura divina que sostiene al espíritu en su momento más frágil… y en imagen del instante en que la luz y la sombra se cruzan, no como enemigos, sino como fuerzas que juntas despiertan la eternidad.
No es solo una leyenda, sino una visión profunda sobre el significado del partir— que el fin no es apagarse, sino un ocaso que invita a un nuevo amanecer.
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